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Relato | El mago y el borrador | Fanfic de Sakura Cardcaptor


Era un hermoso día de verano, el sol estaba en su punto más alto y los niños reían con las payasadas que realizaba Aysel. Su espectáculo estaba preparado hasta en el más mínimo detalle; desde sus bromas hasta su disfraz de bufón, el cual, comprendía un simpático diseño de rombos amarillos y blancos, los colores favoritos de su padre. Cuando bailaba, su gorro de dos puntas impresionaba al público, ya que era tan largo que sus puntas, que terminaban en cascabeles, tocaban el suelo, y, al bailar, las formas que creaba simplemente eran hermosas.


Las bromas habían terminado, y era la hora de su presentación final: un acto de magia. Aquello emocionó a los niños, sin embargo, los padres estaban atentos, ya que habían escuchado cosas horribles acerca de Aysel y su magia.


De su bolsa, la mujer extrajo una planta repleta de hermosas flores violetas y una hermosa cortina azul turquesa, que, al igual que su gorro, dos de sus puntas terminaban en cascabeles.


—Para cerrar el espectáculo —dijo Aysel con una sonrisa. En sus presentaciones, era el único momento donde podía permitirse ser feliz realmente, siempre y cuando no viera a los padres de los pequeños invitados—, desapareceré esta planta.


Seguidamente, Aysel situó la planta entre ella y la cortina.


—Te ordeno que desaparezcas —pronunció con un poco de vergüenza, ya que estaba consciente de que era mala para inventar conjuros—. Uno, dos, tres. Ahora.


Retiró la cortina, y todos los presentes se sorprendieron al ver que la planta había desaparecido sin dejar rastro. Los niños aplaudieron, y los padres cuchichearon entre sí.


—Haz que regrese —gritó entusiasmado uno de los niños.


—Lo siento, pequeño saltamontes, pero temo que no puedo hacerlo ahora —mintió Aysel, mientras guardaba su cortina—. El truco requiere de mucha magia y la he usado toda. Debo descansar toda la noche para hacerla aparecer.


Los niños se entristecieron un poco, pero la alegría volvió en cuanto la madre del cumpleañero anunció que era la hora de picar el pastel. Los pequeños invitados corrieron y se reunieron en torno a la mesa.


—Ten tu dinero —le dijo la mujer a Aysel. La bufona extendió su mano enguantada, pero la madre dejó caer las monedas en el suelo—. Lo siento, pero no quiero arriesgarme a que me toques. Recógelo y lárgate de aquí.


Aysel apretó los puños y contuvo su deseo de quitarse los guates y tocar a aquella mujer, que ya se había retirado. Relajó las manos, y, luchando por contener las lágrimas, recogió el dinero y se marchó.


Tras abandonar aquella casa, y el pueblo al que había ido a presentar su espectáculo, Aysel se derrumbó junto a un árbol y lloró por largos minutos. Era increíble como su desdicha se había extendido a oídos de los poblados más aledaños a su hogar. Su única opción era reunir el dinero suficiente para marcharse a otro reino y comenzar una nueva vida, donde nadie conociera su nombre… ni su maldición.


Una vez agotado las lágrimas del día, retiró el guante de su mano derecha, y en cuanto las yemas de sus dedos entraron en contacto con una roca, está se desvaneció como si un borrador hiciera su trabajo sobre un dibujo de carboncillo. Esa era su maldición, desvanecer cualquier cosa o persona que tocara con sus manos.


Antes de su nacimiento, sus padres le hicieron una mala jugada a una malvada bruja del bosque, y ésta, para vengarse, lanzó una maldición: “Aquel retoño que llevas dentro de ti los llenará de dolor y sufrimiento. Los hará vivir constantemente en la perdida, pues, con un solo toque de sus manos, todo elemento se desvanecerá”. En cuanto Aysel cumplió los siete años de edad, la maldición se activó, y con tan solo abrazar a su padre para darle los buenos días, el hombre se desvaneció frente a ella.


Desde aquel momento, el afecto de su madre se desvaneció junto a su padre, y con el paso del tiempo, el odio hacia su hija fue creciendo.


Lastimosamente, el poder de la maldición no había cobrado únicamente a aquel hombre, sino, a mascotas, niños y adultos, todos ellos por simples accidentes. Magos de todos lados acudían a reaparecer a las víctimas, o a romper la maldición de la pequeña, pero ninguno era capaz de levantar tal magia, y, por ende, las personas terminaron por alejarse completamente de aquella familia, y Aysel, hasta que no aprendiera a controlar su poder, fue encerrada en su hogar hasta los veintiún años.


—Una nueva vida, Aysel —se dijo con esperanza.


Se estiró para recuperar su guante, pero un par de diminutas manos fueron más rápidas que ella.


—¡Te encontré! —exclamó con alegría un niño, con el guante entre sus manos.


—Eres el niño del cumpleaños —advirtió la bufona con sorpresa—. ¿Qué haces tan lejos de casa?


—Quise traerte pastel y darte las gracias por todo. Tu espectáculo me gustó mucho, y a mis amigos también.


Aquello llenó de ternura a Aysel. Hace mucho que no recibía el cariño de alguien, y ya había olvidado como se sentía.


—Eres muy bonita —dijo el niño, acercando su mano al rostro de ella.


Rápidamente, Aysel se apartó para evitar una desgracia.


—¿No te gusta que te toquen?


—Cosas malas ocurren cuando me tocan.


Necesitas un abrazo —advirtió con entusiasmo—. Mi hermana dice que los abrazos lo solucionan todo.


Aysel negó con la cabeza y se puso de pie en cuanto vio el naranja teñir el cielo. Ya era tarde, y debía volver a casa antes de que anocheciera. El bosque tornaba peligroso cuando la luna reinaba.


—¿Me devuelves mi guante?


El niño se negó. Hasta que la bufona no hiciera aparecer a aquella planta, no se lo daría. Estaba sediento de magia. Tras discutir con el pequeño, Aysel decidió marcharse y dejar aquella prenda, pues, ella podía confeccionarse uno de nuevo.


El pequeño la tomo del gorro, y comenzó a forcejear para que la chica no se fuera sin consentir a su capricho… Entre el zarandeo, y el remolino de extremidades, el niño tomó la mano desnuda de Aysel para obligarla a regresar a casa con él y terminar el espectáculo… Grave error.


El niño gritó de horror al ver como su cuerpo emprendía a desvanecerse.


—¿Qué está pasándome? ¡AYSEL! ¿Qué hiciste? —chillaba el pequeño entre llantos.


Aysel estaba horrorizada. Temblando, cayó de rodillas al suelo sin saber qué hacer. Había cobrado a otra víctima.


—Lo siento —suplicó—. No fue mi intención. Perdóname, por favor.


Y aquel pequeño desapareció.


Se escuchó el crujido de una rama, y con terror, vio a una pequeña niña con ojos tan grandes como dos platos. La niña era uno de los invitados de aquel cumpleaños.


Por unos segundos, se vieron en total silencio, luego, la niña corrió y Aysel hizo lo mismo en dirección contraria. Sabía que la niña le diría a sus padres, sabía que los padres se lo dirían a los demás padres, y sabía que una turba furiosa iría por ella. Debía huir. Correría a casa para avisarle a su madre y luego escaparía.


Su madre estaba en el jardín, esperando a su regreso con preocupación, y en cuanto Aysel le narró lo sucedido, la expresión de la mujer cambió.


—Vete —dijo con voz hueca, cosa que pulverizó el corazón de la bufona—. No quiero volver a saber más de ti. Solo traes desgracias.


Aysel lloraba sin control.


—Mami…


Una piedra la golpeó a la mujer. Se volvió, y vislumbró como una marea de personas, armadas con antorchas, piedras y rastrillos brotaban de entre los árboles. Aysel llevó a su madre adentro antes de que la lluvia de piedras comenzara.


—Debes venir conmigo —decía Aysel, mientras empacaba algo de ropa y comida en una bolsa—. Te matarán si te quedas. Cuando los hayamos dejado atrás, podrás elegir tu camino.


Aysel gritó y cayó al suelo. Con una mano temblorosa, retiró el cuchillo que su propia madre había hundido en su hombro.


—Mi error fue no haberte ahogado cuando naciste —dijo con desprecio—. No permitiré que lleves tus desgracias a otro lado… No pienso dejar que sigas arruinando las vidas de más personas.


—Mami…


—¡NO ME LLAMES ASI! —gritó con furia. Seguidamente, tomó otro cuchillo—. Yo no tengo hijos.


El fuego comenzó a extenderse por la casa a causa de la turba, quien planeaba quemar a aquel demonio que se ocultaba bajo el disfraz de una mujer. El bullicio de la multitud se escuchaba.


Aysel corría de un lado a otro esquivando los ataques de su madre, y los trozos de tejado bañados en llamas que caían desde las alturas. Una pared de fuego le cerró el paso, y al volverse, su madre se le vino encima. Ambas cayeron al suelo. El cuchillo en las alturas, y la mano enguantada de Ayzel sujetando la de su madre.


La mujer tomó el cuchillo con la otra mano, y lo hizo descender hasta escasos centímetros de la garganta de su hija.


Aysel lloraba.


—Perdóname, madre.


La mano desnuda sujetaba la muñeca de su madre.


La mujer se quedó sin habla. No supo que decirle a su hija mientras se desvanecía. Ambas se miraron a los ojos sin pestañar, y cuando Aysel lo hizo, la mujer que le había dado la vida ya no estaba.


Aysel gritó. Tomó el cuchillo e intentó acabar con su miseria, sin embargo, no tenía el valor para cometer aquel horrible acto. Lo tiró al suelo y corrió a la salita, donde las llamas la habían proclamado suya. Tomó su cortina, y corrió a una pared donde aún el fuego no llegaba, la hizo desaparecer y huyó al bosque antes de que su hogar se desplomara.


La luna llena dominaba el firmamento, y, mientras bañaba las tierras con su hermoso fulgor plateado, escuchaba a una desdichada Aysel llorar sin parar junto a los pinos que conformaban aquel bosque.


—Es una noche muy bonita como para estar llorando —dijo una voz masculina. Con miedo, Aysel alzó la mirada, y vio a un alto hombre de rostro amable sonreírle a la luna—. La luna está hermosa, ¿no lo crees?


La muchacha enjugó sus lágrimas y vio la luna. De alguna forma, ésta le brindó cierta calma.


—Conozco tu historia, Aysel…


—Eres un mago —advirtió la muchacha, volviéndose hacia el hombre—. Ningún mago o bruja han podido quitarme esta maldición.


—Lo sé.


La bufona volvió a enjugarse los ojos, y esta vez escrutó al mago con la mirada. Llevaba una larga túnica azul oscura, donde los símbolos del sol y la luna decoraban el traje a la altura de su pecho. Era muy atractivo, y Ayzel sintió deseos de acariciar su largo cabello.


‹‹Me pregunto que son esos cristales que lleva sobre sus ojos››, dijo en sus pensamientos.


—Puedo ayudarte, Ayzel —dijo el mago, acariciando la mejilla derecha de la bufona. La mujer se sorprendió al ver que éste no desaparecía. Sin duda, debía ser un mago muy poderoso.


—¿Puedes destruir mi maldición? —inquirió con esperanza.


—No puedo hacer eso, sin embargo, puedo convertir tu maldición en un don. Pero eso dependerá de ti. Tienes que desearlo con todo tu corazón.


—Solo quiero paz en mi vida… Lo único que deseo es dejar de destruir las vidas de los demás.


El mago depositó la palma de su mano sobre la frente de la desdichada, y en cuanto Ayzel cerró sus ojos, por un segundo vislumbró como sería su vida si se perdonaba a sí misma y se diera una segunda oportunidad junto a aquel mago.


Sujetando la cortina turquesa, la bufona juntó sus manos a la altura de su boca. Cerró sus ojos y musitó.


—Quiero ayudarte… Quiero ser tu amiga.


El mago sonrió, y de uno de los bolsillos de su túnica extrajo una pequeña llave dorada. Seguidamente, una magnifica insignia circular brotó de sus pies, cubriendo una gran parte del suelo que pisaban. El sol y la luna conformaban el brillante emblema dentro de una estrella de doce puntas, junto con algunos símbolos.


—Libérate —anunció el mago con voz serena.


Una cálida ventisca se desprendió de la llave, la cual, creció hasta convertirse en un largo báculo, donde las figuras del sol y la luna coronaban la parte superior. La bufona estaba impresionaba. Nunca había visto nada igual.


La sonrisa del mago nunca se apagaba, y eso le gustaba a Ayzel. Le brindaba seguridad, que nada malo podía suceder.


—¿Sabías que tu nombre significa “como la luna”? —le preguntó el mago.


Ella negó con la cabeza. Alzó la mirada, y vio que la luna brillaba más de la cuenta.


‹‹Es hermosa››.


El mago le pidió que cerrara sus ojos, y ella obedeció, aferrando con más fuerza su cortina, el único obsequió que sus padres le habían dejado.


—Aysel, tu, quien busca la paz y la redención bajo la luna llena —comenzó a conjurar el mago—, te pido que brindes tus poderes a esta llave que es mi báculo mágico —Alzo el cayado y, con fuerza, articuló la última palabra—. ¡Consolídate!


La insignia brilló con más fuerza, y una ventisca plateada envolvió a Ayzel en una poderosa columna que la hizo invisible ante los ojos del mago. Poco a poco, aquel remolino de energía se fue convirtiendo en un hilillo hasta desaparecer junto a Ayzel.


La calma volvió, y en el lugar donde una vez estuvo de pie una hermosa bufona anhelando paz, yacía flotando una carta. El mago la tomó y sonrió al ver el retrato de Ayzel en ella. La muchacha sonreía, agitando su preciada cortina. Bajó la mirada y leyó el nombre que la chica decidió otorgarse para su nuevo comienzo.


‹‹Shō… The Erase››.


—El borrador —La sonrisa del mago se ensanchó un poco más—. Ni yo habría podido escoger uno mejor… Seremos muy buenos amigos, Ayzel.


—Gracias —susurró la joven en el interior de la cabeza del mago.


—Ya verás que todo va estar bien.




Fotografía: James Peacock



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